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La Zaranda vive
Particulares, geniales, únicos, singulares, reyes de su espacio de libertad, que no es otro que un escenario, La Zaranda celebra su 40 aniversario con «Ahora todo es noche», un mazazo de angustia vital, de pena negra, de risa nerviosa y culpable, de silencios, de reiteraciones, de entrega, de compleja sencillez; de público de respiración contenida y liberada en carcajadas como estertores.
La Zaranda retrata la dignidad, el pudor, la vergüenza y la genialidad de esos filósofos invisibles que lo han perdido todo, que han sido desheredados de la noche al día, que van a asumir la desesperanza en breve o que ya perdieron toda esperanza hace tiempo. Y nos recuerdan que cualquiera de los privilegiados que los contemplamos desde el patio de butacas estamos a un despido, a un contrato basura o a una nueva burbuja inmobiliaria de pasar al otro lado.
Los viejos filósofos alcoholizados de Noches de Bohemia, los recién llegados al infierno, y los que han intentado liberarse del dolor de la existencia pero no lo han conseguido por miedo a que el dolor no cesase del otro lado, recorren las cloacas de la ciudad, las aglomeraciones de viajeros ( donde están seguros porque las cámaras de seguridad no sienten su hedor) los cartones de la Gran Vía, los comedores sociales ( donde vuelven a ser niños ) o los basureros a rebosar de recuerdos que, abandonados, se convierten en olvidos… Y los habitan con la retranca y el humor negro que estos poetas de la mugre manejan como nadie. Y es que su guarida y su reino es el escenario; su fe la depositan en Shakespeare, en Calderón, en la magia de la escenografía ( poesía visual es hacer de tres carros, dos maletas y una camilla, toda una ciudad) en el lenguaje, en el gesto…
Y si Lear muere cada noche en el escenario, es que Lear vive eternamente. Y si Lear vive, estas viejas vagabundas de la escena que son La Zaranda y su poesía, también lo harán.
¡ Que lo hagan por muchos años y sigan despidiéndose a ritmo de bolero !
«Ahora Todo es Noche» de Eusebio Calonge
Teatro Español, Madrid, del 19 al 29 de abril de 2018
Paco de La Zaranda
Enrique Bustos
Francisco Sánchez
Iluminación: Eusebio Calonge
Espacio Escénico: Paco De La Zaranda
Regiduría: Eduardo Martínez
Una producción de LA ZARANDA – Teatro Inestable de Ninguna Parte en Coproducción con el Teatre Romea
Ahora Empiezan Las Vacaciones
En 1907 Strindberg abrió el “Intima Teater” de Estocolmo, para representar obras de cámara, cortas, sin pausas, en un escenario pequeño y despojado, dentro de una sala mínima que hiciese que el público quedase totalmente involucrado en lo que se estaba viviendo en la escena. Estrenó la experiencia con «El Pelícano«. Aparentemente nunca quedó satisfecho con el resultado.
Strindberg tendría que haber vivido cien años más, que no es nada, para comprobar que en el siglo XXI dos estupendos creadores ( Paco Bezerra, adaptando su texto y Luis Luque dirigiéndolo ) conseguirían esa comunión perfecta entre cuatro intérpretes y 25 espectadores dentro del salón con estufa de butano de una casa del viejo Madrid.
Paco Bezerra ha añadido textos impagables a esa obra seca, oscura, dura, fría, inclemente y enternecedora. En 2013 llenó cada día que se representó y en 2014 ha vuelto para seguir ahogando corazones en un juego perverso de poder, deseo, egoísmo, secretos revelados, indefensión aprendida y un acto de rebeldía sin retorno.
“Ahora Empiezan Las Vacaciones”, esta versión de “El Pelícano”, ya lleva algo más de un año en mi frágil memoria y espero que no huya jamás de ella. La ha modificado, eso sí: Ahora el “sueño imposible” cantado por Elvis en bucle contínuo me causa una infinita tristeza; los taquillones son lugares siniestros que esconden tesoros, hambre, mentira, crueldad e incomprensión; ahora soy consciente de que el paraíso más amargo puede residir en un simple puñado de bombones, que el destino de los que siempre tendrán hambre es Vanuatu y que la Nocilla es un arma de seducción y sometimiento incontestable.
Los viernes y sábados de septiembre de 2014 a las 20:00 y 22:00 en La Casa de La Portera un reparto excepcional, conmovedor hasta la lágrima, duro y cruel hasta el horror, seguirá compartiendo su salón con un público que seguramente quedará modificado y conmovido por lo que habrá vivido entre esas cuatro paredes.
Y es que Raquel Pérez está magistral, como Raúl Tejón, Juan Codina y Lola Casamayor. Un texto redondo, una dirección exquisita y unos intérpretes excepcionales ¿Alguien puede dar más?
P.S.: En una representación de la obra coincidí con Julieta Serrano, quien al salir, absolutamente encantada por lo que había visto, expresaba su deseo de verla en la sala pequeña del Teatro Español. Sería el lugar perfecto para darla a conocer a un público más amplio, sin perder el sentido de este montaje mínimo.
Emilia ¡si te estamos muy agradecidos!
El pasado domingo 9 de febrero de 2014 dejó huérfana la sala verde de los Teatros del Canal. Sin embargo el eco de su nombre repetido hasta la saciedad para que no la olvidemos seguirá encerrado allí, en su purgatorio, donde resignada, acomodada, viviendo con sus muertos tan presentes, ha conseguido su fin: hacerse imprescindible, querida y recordada. Y ya de paso, convertirse en un clásico.
Yo acudí al estreno de Emilia y salí absolutamente trastocado. Como decía Luis Luque en los últimos cafés teatrales, hubiera querido irme a casa, todo intenso, a recomponer ese puzzle perverso que Tolcachir acababa de regalarme. En casa, al día siguiente, la obra seguía creciendo en mi recuerdo y seguía planteándome muchas preguntas y certezas.
Repetí… Y entonces pude ver cómo cada movimiento, cada mínima expresión de los actores, cada pieza del puzzle, estaba perfectamente diseñada para encajar con la perfección milimétrica de un thriller.
Emilia está contada desde dos planos temporales : el presente desde el que Emilia monologa con los espectadores y un pasado, para ella más vivo, habitado de espíritus y de memorias que pueblan la estancia incierta desde la que narra su recuerdo.
En ese pasado en que se desarrolla la mayor parte de la acción, Emilia a su vez es, para Walter, un pasado remoto y casi olvidado que llega a su nueva vida para recordarle que también existió, que formó parte de su biografía y que quiere seguir formando parte de la misma, de la única forma en que sabe ser amada : haciéndose necesaria, imprescindible, siendo su ama de cría nuevamente, si fuese necesario.
En Emilia todos están deseando ser amados y hacen todo lo posible por conseguirlo. Proclaman que aman, lo anuncian, lo exhiben exageradamente, pero en realidad algo no funciona, algo corre por debajo de esta felicidad viciada, todos callan algo, todos buscan algo más, todos son torpes en el amor, incluso perversos o violentos. Y todos viven en un equilibrio sentimental que se revela fragilísimo desde el principio. ¿Todos? No, Carol, la ausente, un fantasma vivo, no se cree su propia mentira.
La llegada de Emilia cuestiona la realidad de Walter y de su familia. Emilia lanza cargas de memoria letales, exhibiendo ante su nueva familia el pasado que Walter había borrado de su memoria. Emilia vuelve para hacerle recordar -en un tono cariñoso- que fue un meón, un sinvergüenza, un birria, un cataplasma, un infeliz, un pringado en el colegio, un fracasado con las chicas, que abandonó a todos los que le quisieron, incluida ella.. Pero sobre todo vuelve para recordarle que ella fue quien más le amó, quien le protegió, quien le consoló cuando la necesitó… por mucho que él lo haya olvidado.
Leo, el hijo de Walter y Carol, es el reflejo de la confusión: Ama, odia, es cruel con quien le quiere, sumiso con quien le puede, busca la estabilidad a toda costa y repite a Walter una frase que resume la frustración del amor mal correspondido y el desencuentro : “¡ Walter, si nosotros te estamos muy agradecidos!”. ¿Hay frase amable más cruel, para quien espera un “te quiero?”
El quinto personaje de la obra, Gabriel, permanece sentado en un lateral de la escena, fuera del decorado principal. Parece ajeno a todo lo que allí acontece, como la dama del manguito a la derecha del cuadro en el Akelarre de Goya (Museo del Prado). Es una víctima más. Apenas un contrapunto que, como el personaje del cuadro, tiene mucho que decir. Y Gabriel lo hace desde el presente (monólogo maravilloso sobre el olvido) como desde el pasado, en que su presencia acaba de prender la mecha que Emilia puso al comienzo de la función.
Yo quisiera que Emilia se representase durante décadas, para no olvidarla, para verla desde otro momento vital, pero futuras versiones tendrían que lograr el delicado equilibrio de interpretación y dirección que Tolcachir ha conseguido aquí:
Gloria Muñoz ( Emilia) es una actriz de otro mundo (Una actriz que en el largo monólogo hablado en 4 lenguas de Homebody Kabul trasmitía la mayor angustia y rabia borrando de la memoria el resto de la obra, no puede ser humana ) En Emilia lo demuestra y vuelve a hipnotizar desde el precioso monólogo inicial.
Malena Alterio hace un trabajo minimalista, para ver bien de cerca, exquisito, portentoso, muy pequeño, magistral. A veces parece su propio fantasma; otras, con un mínimo gesto expresa el drama que la atormenta. Hace de lo sutil un prodigio.
David Castillo está fantástico, sensible, zangolotino, manipulador, frágil, alocado… todo a la vez. Imborrable su Leo
Alfonso Lara, hace un Walter que sabe pasar de la mayor ternura a la violencia más terrible en un guiño. Y Daniel Grao, fuera de foco, tiene uno de los monólogos más bonitos que he oído últimamente. Es un papel corto, pero no pequeño.
Yo, como el bebé gordito al que ir a chinchar para que permanezca despierto mientras le susurran “Emilia” al oído, jamás olvidaré ese nombre, jamás olvidaré esta obra. Claudio Tolcachir, gracias por haberme chinchado.
P.S. En realidad yo escribo esto para mi, para no olvidar, pero si lo que quieren leer es una crítica bien escrita, lean esta de Marcos Ordóñez. Es excepcional: Babelia, El País, 21/01/2014